Imagina una playa absolutamente perfecta. Arena blanca, blanca pura de verdad. Un mar vestido con sus mejores galas de azul, jade, esmeralda y turquesa que desprende destellos dorados por el reflejo del intenso sol del Caribe. Aguas que se tornan transparentes cuando se acercan a la costa y olas que mueren como espuma masajeando con sus burbujas tus pies mientras caminas por la orilla. En el fondo, dibuja palmeras tropicales, salvajes y tan arqueadas que parece que quieren mojar sus hojas en el océano. Añade grandes y coloridas estrellas de mar. Pon también tortugas gigantes, mantarrayas jugueteando entre tus pies, decenas de tiburones nodriza rodeándote mientras te bañas y simpáticos cerditos que nadan y te dan la bienvenida a su increíble mundo. Doy fe de que ese lugar existe. Bienvenido a un viaje del que no querrás volver, bienvenido a Bahamas.
Nassau
Desde el aire, el azul embriagador de un mar tan perfecto que parecía irreal nos daba la bienvenida a través de la ventanilla del avión. Tras un largo vuelo, mi gran amiga Natalia y yo estábamos llegando al Aeropuerto Internacional Lynden Pindling de Nassau, capital de Bahamas.
Un golpe de calor tropical, un ambiente que parecía siempre festivo. Los guías locales nos recibieron con una enorme sonrisa y en poco más de 30 minutos estábamos en el centro de la ciudad.
Nassau es una isla muy concurrida, la más grande del país con más de 200.000 habitantes. Las páginas de su historia están plagadas de capítulos de piratas, asedios por parte de las flotas españolas y británicas, y del asentamiento de los esclavos liberados provenientes de tierras africanas.
El paisaje está lleno de casitas bajas de colores, como en el centro del casco histórico, y de playas kilométricas de postal donde no es difícil ver jugar a delfines en el horizonte como Cable Beach y Gabbage Beach.
El puerto marítimo es enorme, donde no cesan de ir y venir colosales cruceros que llegan de todas las partes. Miles de viajeros de incontables nacionalidades se pierden por la ciudad durante unas horas y vuelven a sus camarotes al atardecer.
La comida en los restaurantes de Nassau no es el punto fuerte para un paladar acostumbrado a la cocina mediterránea. Además de la típica carta americana, tienen buen pescado que acompañan con arroz y salsas picantes que consiguen que tu lengua permanezca dormida hasta que tomes un refrescante cóctel en el bar más famoso de la ciudad, el Señor Frogs.
Habíamos pasado demasiado tiempo rodeados de asfalto, tráfico y turistas, demasiado cerca de un universo prometedor que nos esperaba a muy pocos kilómetros de allí. Nassau era sólo el entrante y queríamos el plato fuerte. Íbamos directos a por la joya de Bahamas.
Exuma
Al día siguiente tomamos un autobús muy particular. En Bahamas está permitido que los conductores de transporte público tengan una televisión delante suya y verla mientras conducen. Mejor que no les digas que la apaguen en el desenlace de su telenovela…
Al llegar al aeropuerto nos montamos en un avión muy pequeño, con dos filas a cada lado del pasillo y unas hélices desnudas que invitan a tener fe. Destino: Aeropuerto de George Town.
En poco más de una hora apareció ante nuestros ojos una pista de aterrizaje que parecía escondida, sin actividad, construida en medio de un frondoso bosque y a escasos kilómetros de la costa.
Al poner un pie en Exuma sientes que accedes a un lugar privilegiado del planeta. Nos adentramos en un archipiélago de más de 360 islas paradisíacas de todos los tamaños y colores al sur de la capital donde el tráfico y el jolgorio de la ciudad quedaban como un vago recuerdo, las tropicales playas estaban desiertas y nos fundimos libremente con la verdadera naturaleza desnuda y salvaje del Caribe.
Permanece atento, CONTINUARÁ…….
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