Un nuevo amanecer, un nuevo secreto de Ceilán por descubrir, Nuwara Eliya.
Llegamos al destino y un grupo de conductores de tuk tuk esperaban a los pasajeros luchando por hacernos sus clientes. Vimos a Ragu, el más tranquilo de todos, un chico apoyado en su vehículo con una sonrisa tímida que nos ganó desde el primer momento. En un viejo tuk tuk que mimaba como si fuera un Rolls Royce nos prometió que sería un guía fiel el tiempo que estuviéramos en su ciudad.
Teníamos dos puntos claves que visitar:
El primero era el Parque Nacional de las Llanuras de Horton.
La potencia máxima del motor no pasaba de 50 km/h y el traqueteo constante por el serpenteante y agrietado camino llevaba nuestros cuellos bailando en un vaivén interminable. Tras más de una hora de trayecto alcanzamos el valle.
Un amplio bosque lozano amenazado por la niebla que descendía para fundirse con la colina. Un fino río dividía las bastas llanuras que se interrumpían por árboles frondosos en lo alto de las cumbres.
El nombre del parque provenía del ‘honorable’ Robert Wilmot-Horton, gobernador británico de Ceilán en el siglo XIX, que acabó con todos los elefantes de la zona porque amaba su caza, ¿imaginas cómo habría sido este paisaje plagado de paquidermos?
Nuestro objetivo era llegar al llamado Precipicio del Fin del Mundo. Debíamos darnos prisa porque según avanzaba el día las nubes cubrían las vistas y el espectáculo desaparecía.
Finalmente y tras dos horas de caminata llegamos a un balcón hacia el abismo. Un lugar donde la mirada se perdía en el infinito.
Segunda parada, campos de plantación de té.
Las condiciones en la meseta central de Sri Lanka eran perfectas para la plantación de té; humedad en el ambiente, altitud propicia, estaciones de lluvia abundante y mimos hasta el último detalle para que el resultado fuera tan especial.
Como el vino más elaborado, necesita tiempo y manos expertas que lo cuiden antes de que llegue a tu taza. Queríamos saber más acerca de este arte y fuimos a descubrirlo a la fábrica de Kelani Valley Plantation.
La selección de las hojas perfectas, el secado y la fermentación, cómo se muele y cómo se empaqueta. Puedo decir que en Sri Lanka he probado el mejor té de mi vida.
Cenamos con nuestro tuk tuker favorito. Él tenía una ilusión, nunca había probado la pizza porque su economía no se lo permitía, se alimentaba de verdura y arroz a diario. Así que le invitamos a que probara lo que él consideraba un manjar inaccesible. Y sólo por comprobar cómo disfrutó de aquel momento hizo que todo el viaje mereciera la pena.
Mientras Yaguwaran Ragu engullía unas porciones que le sabían deliciosas, nos contó que había una experiencia en su país de la que ningún visitante se olvidaba.
Bienvenidos al tren desde Nuwara Eliya a Ella. El tren con las vistas más bonitas del mundo.
Un recorrido sobre raíles sinuosos donde a cada lado se pintaban paisajes embriagadores por su belleza, brillantes y absorbentes. La gente de los pueblos que atravesábamos nos saludaba desde el arcén interrumpiendo sus quehaceres diarios para dedicarnos una sonrisa.
En los vagones de Ceilán las puertas iban abiertas, el tren viajaba despacio. Nos sentamos y sacamos las piernas que colgaban de puentes que caían al vacío y las oscuras paredes de los túneles que cruzábamos parecían no tener fin.
Gente de todos los lugares visitaban un trayecto famoso alrededor del planeta. Aprendimos a contar en chino del 1 al 10 con una sola mano en un vagón plagado de latidos internacionales.
Terminó un periplo que nunca hubiéramos querido que acabara y llegamos a Ella. Un pueblo con una vía principal que rezumaba aires de renovación a contrarreloj, de apertura al turismo y locales bagpackers donde la comida occidental y el hospedaje con acento inglés estaban disponibles a tiro de un puñado de dólares.
Era un lugar de paso, queríamos llegar a Yala para conocer al día siguiente uno de los safaris más famosos de Asia. La mejor compañía apareció cuando menos la esperábamos y conocimos a dos grandes Aventuheras de Granada con las que compartimos un vehículo hasta el extremo sur del país.
Al alcanzar Yala un cielo oscuro y sin estrellas envolvía una luna completamente redonda, desnuda y pálida. Llevábamos todo el día sobre raíles, sobre ruedas y sobre las suelas de unas botas que pedían a gritos clemencia. Mosquitera alrededor de la cama y cita con Morfeo.
3:30h de la madrugada. El 4×4 ya estaba esperándonos en la puerta del hostal con el motor en marcha y los focos delanteros alumbrando un camino de barro seco y hojarasca. El conductor era un hombre mayor, alrededor de 50, pelo cano y cuerpo menudo, pero una sonrisa perenne que dibujó debajo de su blanco bigote desde el primer segundo en que nos estrechó la mano.
«Me llamo Ruwan y me aseguraré de que hoy disfrutéis del viaje».
Nos montamos en la parte trasera de la camioneta, sin techo, con pequeñas barras de protección y la advertencia de no sacar brazos, cámaras ni nada que pudieran arrebatar monos, elefantes o garras de algún felino.
El traqueteo nos iba despertando mientras el alba coloreaba el cielo. Llegamos a un camino estrecho, tanto que los matorrales y los árboles arañaban el metal de las puertas. Las ramas golpeaban la chapa y teníamos que agacharnos para cubrirnos. Cuando de repente…
Un elefante enfurecido apareció desde el lateral del camino, rápido y con paso violento. Él tampoco esperaba encontrarse con el vehículo y tuvo que frenar, su enorme cabeza casi colisionó con nosotros. Todavía recuerdo la mirada del enorme paquidermo. Gracias a llevar la cámara siempre en la mano me dio tiempo a fotografiarlo.
Finalmente Ruwan aceleró la marcha y el elefante prefirió esquivarnos. El guía confesó que nunca había tenido un encuentro así en sus treinta años en el parque.
Bienvenidos a Yala National Park.
El safari de Yala era el lugar con mayor densidad del mundo de leopardos, aunque sólo pudimos ver sus huellas. Sin embargo, nos dieron la bienvenida decenas de búfalos, cocodrilos, monos, iguanas enormes, serpientes… Parecía que nos habíamos teletransportado al centro de África.
Un mundo donde lo único humano que había eran las camionetas y los pasajeros que íbamos montados en ellas.
Libertad salvaje, la ley del más fuerte y del que mejor se adapta, el arte de la vida convertido en supervivencia.
Rumbo a Mirissa.
Una de las principales razones por las que fuimos a Sri Lanka era bañarnos con ballenas azules, los animales más grandes del planeta. Mirissa era un lugar único donde se podía vivir esta experiencia.
Viajamos de pie durante un par de horas en un autobús de línea, que son muy divertidos y suelen estar abarrotados, con luces y música de verbena a todo volumen.
Al llegar contactamos con el capitán de un bote para llevarnos a alta mar y sumergirnos con los cetáceos de hasta 30 metros de longitud y de 180 toneladas. Quedamos con el marinero salir al día siguiente. Con el objetivo apalabrado, por fin tiempo para el relax. Sesión relajante y baño para recuperar energías.
Llegó la noche y salimos a cenar a la playa. En Mirissa hay pequeñas cabañas que hacen las funciones de restaurantes en la arena, iluminados por antorchas donde el bogavante es fresco y muy accesible.
Nuevo madrugón. No todo lo que sucede en los viajes son buenas noticias. El capitán nos aseguró que era imposible navegar. A pesar de que el verano era buena estación para esta práctica, el mejor momento era en noviembre. Abandonamos Mirissa con el corazón hundido pero nos prometimos que algún día volveríamos.
El viaje llegaba a su fin y todavía no habíamos visto a los pescadores más famosos de la cara este del planeta. Nos dirigimos a Kathaluwa.
Sobre unos zancos de cuatro metros y una larga caña de madera, los cazadores de peces más pacientes de Asia esperaban inmóviles durante horas. Mientras, atrapaban pequeñas caballas y arenques que se acercaban a la superficie y los metían en cestas de madera.
Cuando el tsunami asoló la zona este tipo de pesca dejó de utilizarse, pero después de su reconstrucción se volvieron a recuperar las viejas costumbres que hicieron famoso el lugar.
Rumbo a Galle. Por allí pasaron portugueses y británicos. Una gran fortaleza alrededor del casco antiguo. El sur de Sri Lanka, definitivamente, está de nuevo en apogeo y ha dejado la guerra muy atrás.
No habíamos perdido la esperanza de conocer el fondo marino de Ceilán y la costa de esta población nos dio otra oportunidad. Intentamos una nueva inmersión. Sin embargo, el mar estaba desatado, las olas encolerizadas y la arena enturbiaba la visibilidad. Sigue siendo una asignatura pendiente.
Al atardecer nos dirigimos a una terraza espléndida entre los muros del fuerte, cena y algunos cócteles locales de despedida.
Era la última noche, sólo faltaba volver. Una vez más echamos una carrera al sol para despertarnos pronto. Rumbo en autobús a Colombo, rumbo en avión a casa.
Gracias a nuestras improvisadas amigas de Andalucía, Begoña y María, dos profesoras que demostraron que siempre hay mucho que aprender.
Y gracias a Alberto, el compañero de viaje que siempre quiero tener.
Primera parte del Viaje a Sri Lanka
Muy muy chulo, una pasada el viaje, con ganas de ir a conocerlo!
Ceilán te espera!
Ahora te toca a ti escribir sobre México, que quiero seguir tus pasos, hace mucho que fui yo y seguro que ha cambiado.
Una vez más la capacidad de describir a las personas que conoces en tus viajes aporta mucho valor tus aventuras.
Mi historia favorita hasta el momento: Ragu con su pizza!
¡¡Me quedo con muchas ganas de conocer el Precipicio del Fin del Mundo!!
Hola Sara!
Ragu era un crack. Nos quedamos con ganas de invitarle a muchas más cosas.
Lo mejor de viajar es descubrir que el famoso dicho de ‘No es más rico quien más tiene sino quien menos necesita’, es insultantemente cierto.
PD: El Precipicio del Fin del Mundo realmente parece el fin del mundo!
Un beso y feliz verano.