Yosemite National Park
Hay un lugar donde las secuoyas son más viejas que el tiempo y tan altas que su sombra oscurece el sol, las cascadas rugen desde antes de que los humanos fuéramos testigos y las rocas forman imponentes montañas de granito virgen dibujando un paisaje de naturaleza salvaje XXL. Ese lugar tiene nombre, lo llamaron Yosemite.
Continuaba nuestro ‘roadtrip’ por un país magnánimo que seguía sorprendiéndonos por su riqueza, su diversidad y sobre todo por su gente.
Mariposa
Un buen puñado de kilómetros separaba Big Sur del pueblo llamado singularmente como Mariposa. El paisaje de la carretera se coloreaba cada vez más verde y se inclinaba hacia un horizonte que se ocultaba tras una cordillera que no dejaba de crecer a nuestro paso. Tras varias horas sobre caminos serpenteantes donde las montañas se hacían dueñas de nuestro alrededor en detrimento de las construcciones artificiales llegamos por fin a nuestro destino, un condado que se adentraba en la Sierra Nevada de California y era la antesala del Parque Nacional que queríamos visitar.
Era mayo y era fácil que la zona de acampada dentro de Yosemite estuviera completa, por lo que dormir en Mariposa, estancia que vive del turismo rural y se encuentra a unos 45 minutos en coche de la entrada al Parque, sea una buena y económica solución para el viajero.
En Mariposa nos entregaron un gigantesco mapa del Parque, fácil de desdoblar pero imposible de doblar como estaba de inicio, donde se explicaban todas las rutas dentro de un territorio que abarcaba la friolera de unos 3.000 km 2. En él se explicaba que Yosemite se proclamó el segundo Parque Natural de interés Nacional en EEUU (1980), tras el Yellowstone. Lo más cómodo parecía adentrarse en coche y seguir las indicaciones donde se explicaba cómo llegar hasta los puntos de mayor interés. Según las señalizaciones había aparcamientos accesibles que permitían abandonar el coche para seguir a pie por los trekkings divididos en colores por su dificultad y el tiempo que se necesitaba para completarlos. Estudiamos las rutas que queríamos atacar, y como está permitido comer dentro del Parque, compramos provisiones y nos acostamos pronto soñando con un entorno que queríamos disfrutar con nuestros propios ojos tras haberlo contemplado mil y una veces en el Wallpaper de nuestro escritorio.
Por fin llegó el siguiente amanecer. Saltamos de la cama y nos encaramamos al asfalto. Descapotamos el Camaro y en poco menos de una hora llegamos a la entrada de Yosemite. Es aconsejable utilizar el carnet de Parques Nacionales de EEUU, que por 80€ permite entrar (con un coche y todos sus acompañantes) a todos los Parques Naturales estadounidenses en el periodo de un año.
Rápidamente nos encontramos con los primeros regalos en forma de paisajes increíbles. Saltos de agua que escupían las cimas de los precipicios de piedra a más de 100 metros de altura. Secuoyas del tamaño de rascacielos. Ríos con el agua cristalina tan fría que cortaba la circulación. Valles verdes con una estampa tan perfecta que parecían artificiales.
El Gran Capitán
Y como testigo silencioso, una montaña de roca tan famosa que tiene su propio emoji llamada El Gran Capitán.
Para movernos por dentro de los caminos que se dibujaban y desembocaban a todos los lugares que queríamos llegar, teníamos dos opciones: coger el autobús gratuito que hace las rutas dentro del paraje, o continuar con nuestro propio vehículo. No teníamos un minuto que perder, y preferimos seguir usando nuestro coche.
Bridalveil Fall
El primer paso fue dejar el Chevrolet en el aparcamiento de Bridalveil Fall para ver de cerca una de las cascadas más famosas del Parque. Es fácil sentir el temblor de la tierra y la fina lluvia que se genera constantemente y se deja sentir más allá de un kilómetro a la redonda de la monumental cascada que da la bienvenida a la ruta de Yosemite. Varios ciervos se cruzaron a nuestro paso, pájaros de todo tipo y alguna ardilla escurridiza que quería comprobar si llevábamos algo que sirviera para su aperitivo.
Queríamos seguir empapándonos de tanta belleza y como siguiente punto fuimos al Valley View Yosemite, enorme explanada de césped tan radiante que parecía recién cortado.
Se presentaba como una infinita llanura verde rabiosa por mostrar hasta dónde un paisaje puede superarte y hacerte sentir diminuto.
Swinging Bridge
Queríamos seguir descubriendo los rincones más asombrosos de Yosemite y nos dirigimos al famoso Swinging Bridge, un puente de madera levantado en otra fotografía idílica dentro de un panorama diseñado para los ojos más exigentes.
Tunnel View
Pusimos rumbo a uno de los puntos más visitados de todo el Parque, el Tunnel View.
Definitivamente, nos quedamos boquiabiertos durante varios minutos admirando la postal que se levantaba delante de nosotros.
El estomago nos rugía y a pesar de que había varios restaurantes, preferimos comer el avituallamiento que llevábamos y nos dirigimos al Capitan Picnic Area. Cuando aparcamos, nos aconsejaron dejar la comida fuera del coche para evitar visitas al maletero de algún oso despistado. De repente, un niño pequeño se nos acercó al escucharnos hablar en español, y detrás de él vinieron sus padres para reprimir sus deseos de explorar la zona por sí solo. Eran Facundo, Lucía, su hijo Valentino y su perra Tita. Una familia argentina enamorada de viajar. Tanto que habían abandonado sus rutinarios trabajos por una vida de aventura, amor e incertidumbre. Ellos son www.pieypata.com. Generalmente, encontrar gente increíble y lugares increíbles va de la mano.
Tras compartir con otras almas libres y enganchadas a la mejor adicción que existe, viajar, nos despedimos de nuestros nuevos amigos y ya con el estómago lleno fuimos a Glaciar Point. En este punto decían que la mirada se perdía en un abismo de creación perfecta.
Casi otra hora serpenteando una carretera cada vez más rocosa, menos verde, más peligrosa y escarpada, más cerca del cielo y donde el clima se hacía más y más frío mientras el sol se deslizaba perezoso hacia la cordillera. Abandonamos el coche y pudimos comprobar la amplitud inabarcable de un paisaje formado por montañas de granito indomables, incontables cataratas que volaban libres, secuoyas infinitas y deliberada vida salvaje en más lugares de los que podía distinguir nuestra desbordada mirada.
Regresamos a Mariposa y nos dejamos vencer por el cansancio sobre las sábanas. Tras más de 15 horas merodeando por un Parque capaz de quitarle la energía a cualquiera, no nos dio tiempo ni de cambiarnos la ropa antes de quedar abandonados a los brazos de Morpheo.
Queríamos seguir dejándonos seducir por los Parques Nacionales de Norteamérica y nos dirigimos al lugar con las condiciones completamente opuestas a Yosemite. El punto del planeta con las temperaturas calientes más extremas, el mayor desnivel respecto al mar en EEUU, inhóspito para el viajero y hostil para la vida, Death Valley.
Teníamos por delante un día sobre ruedas, de banda sonora gentileza de Spotify, de asfalto y volante, de bocadillo y de pocas oportunidades para estirar las piernas.
Me sorprendió el gran contraste que encontramos en las carreteras del interior del país. De una jungla plagada de enormes árboles de copas puntiagudas, imponentes lagos y cordilleras que recortaban el horizonte, pasamos a un entorno lunar, a dunas color escarlata y a una carretera donde el resto de vehículos habían desaparecido como por arte de magia.
Recorrimos un camino donde nos topamos con una grabación de cine en la misma autopista, nos paramos a descansar en un lago que parecía sacado de otro mundo, el Mono Lake, dejamos atrás Boundary Peak, Gold Mountain y llegamos tras el anochecer al pueblo de Betty.
Una adorable recepcionista nos atendió en nuestro motel justo antes de cerrar. Nos entregó un nuevo mapa, esta vez de Death Valley, y nos explicó que las temperaturas eran tan extremas que llevaban a los coches de alta gama de todo el país a probarlos bajo condiciones que solo se daban allí. Nos dijo que llenáramos el depósito de combustible porque era fácil encontrar vehículos abandonados con el tanque vacío y que muchos motores se rompían sobrecalentados por utilizar el aire acondicionado continuadamente en un entorno tan cálido.
Exhaustos y tras un buen puñado de kilómetros más a nuestras espaldas, fuimos a nuestra habitación. Una imagen típica de un rancho texano, un molino de madera y un coche oxidado semienterrado iluminados por una tenue farola de luz anaranjada decoraban las vistas a través de mi ventana. Una vez más, nos rendimos entre las sábanas con el despertador programado a las 6:30h de la mañana.
La hospitalaria recepcionista nos había aconsejado madrugar para evitar las “horas inhumanas” donde el calor se hacía insufrible. Arrancamos rápido el motor de camino a la entrada al Parque y visitamos el pueblo abandonado de Rhyolite. Uno de los muchos de la zona que prosperaron por la fiebre del oro pero acabaron consumados en poco más que restos derruidos, chatarra y polvo.
Continuamos hacia Death Valley y atravesamos una entrada sin ranger, sin barreras, nada. Una vez dentro del territorio ‘Death’, trazamos nuestro plan.
Vídeo Death Valley
Primer stop, Mesquite Flat Sand Dunes. Una larga carretera, un aparcamiento al fondo y unas dunas que se levantaban tras un velo nublado del calor que desprendía el ardiente asfalto que hacía ondularse el paisaje.
Nos bajamos del coche y el sol era tan abrasador que el móvil dejó de funcionar a los pocos minutos de desenfundarlo de mi bolsillo.
Nos descalzamos para sentir la arena bajo nuestros pies y tuvimos que calzarnos inmediatamente por cómo ardía el suelo, ¡o saltar bien alto!
Teníamos que estar constantemente bebiendo agua porque las condiciones eran inhumanas.
Caminamos sobre las dunas desérticas, que parecían sacadas del Sahara, y cuando el calor se convirtió en insoportable volvimos corriendo al coche.
Segunda parada, Badwater Basin. En poco más de media hora conduciendo llegamos al punto más bajo de Norteamérica con respecto al mar (casi 300 metros). Un lago seco con suelo de sales blancas y tierra rojiza se extendía hasta nuestros pies como la puerta hacia un mundo desconocido.
Death Valley no podría tener un nombre mejor. Era un lugar donde la vida era imposible por necesidad. Por calor. Por viento. Por ausencia de agua y de vegetación. Death Valley invitaba a transportarte al ‘otro lado’.
Seguimos nuestra ruta y descubrimos el arte que se esconde en un paisaje tan árido. Los minerales y la manera en la que se fusionaban por estratos nos descubrió el arte de la naturaleza donde no llega la vida en Artist Palette.
Seguimos con el Camaro a través del Golden Canyon y nos metimos en la piel de los personajes de Star Wars en el decorado natural de Tattoine en Zabriskie Point.
Era una larga ruta y agotadora a través de los lugares más atractivos de un Valle del que aunque fuera inhóspito, nos embriagaba por su belleza.
Para terminar, ascendimos durante un largo recorrido hasta 1.700 metros sobre el nivel del mar para gozar de una vista de todo el área que abarcaba el Parque Nacional más hostil de Estados Unidos. Pusimos la guinda a nuestra visita a Death Valley de la mejor manera, en el mirador de Dantes View.
No te pierdas nuestro siguiente paso en el recorrido por la Costa Oeste y el interior de América del Norte: Las Vegas y el Gran Cañón.
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